Redacción de un texto.
Cuando al volver a casa desde la iglesia pasé por el cementerio, experimenté un vivo asentimiento del estado de las almas cuyos cuerpos reposan allí, esperando la resurrección. Entre ellos observé con respeto algunos cuerpos que brillaban y resplandecían magníficamente.
Beata Ana Catalina Ennmerick.
Un cementerio es el lugar donde se depositan los restos mortales o cadáveres de los difuntos (inhumación). Dependiendo de la cultura del lugar, los cuerpos pueden introducirse en ataúdes, féretros o sarcófagos, o simplemente envolverse en telas, para poder ser enterrados bajo tierra o depositados en nichos, mausoleos u otro tipo de sepulturas.
La palabra cementerio viene del término griego koimetérion, que significa dormitorio porqué, según la creencia cristiana, en el cementerio, los cuerpos dormían hasta el día de la resurrección. A los cementerios católicos se les llama también camposanto, dado que en Pisa, cuando ateniéndose a medidas de higiene la autoridad ordenó cerrar el cementerio, que había sido construido en el siglo XIII dentro de la ciudad, el terreno fue cubierto con una gran capa de tierra, que las galeras pisanas habían traído de los lugares santos de Jerusalén.
Usualmente, los cementerios son comunitarios, es decir, en dicho lugar se encuentran las tumbas de los miembros de la comunidad, sin llegar a ser tumbas colectivas, pues cada difunto tiene su propio espacio determinado aunque, por decisión familiar, también pueden enterrarse varios familiares en el mismo lugar.
La mayoría de los cementerios se destinan a cadáveres humanos aunque, desde la antigüedad, existían necrópolis para ciertos animales, como el Serapeum de Saqqara, en Egipto. Actualmente también existen cementerios de animales para enterrar a las mascotas. En el caso de los humanos, actualmente existen los Cementerios Parques, lugares que han sido muy comunes durante los últimos 30 años y se han masificado para que las personas puedan ser sepultadas.
Cementerio de La Almudena en Madrid (España)
Cementerio estatal de Texas en Austin, Estados Unidos.
Antigua Roma
Entre los romanos, los muertos eran enterrados en sus propias casas.
Posteriormente derogaron las leyes este uso para librar a los vivos de las infecciones procedentes de los cadáveres. La ley de las Doce Tablas extendió aún más las precauciones prohibiendo enterrar o quemar cadáver alguno en el recinto de Roma.
Esta prohibición fue varias veces renovada así en tiempo de la república como en tiempo de los emperadores. Por algunos edictos de Adriano y de Diocleciano se infiere que las ideas religiosas excluían de las ciudades a los muertos.
Desde entonces, las tumbas de los romanos se abrieron indistintamente ora en el campo y con especialidad en la orilla de los caminos, ora en un jardín de pertenencia del difunto, ora en un terreno comprado al intento. La voluntad de los particulares o de su familia, de sus amigos o de sus patronos era, pues, la que fijaba el lugar de las sepulturas. Los individuos de la hez del pueblo y los esclavos, cuando morían eran echados a una especie de muladares llamados puticuli o culirue.
Mas si algún patrono u amo generoso quería honrar la memoria de un cliente o de un esclavo fiel y virtuoso, le compraba un terreno para erigirle una tumba o le daba lugar en la sepultura que tenía comprada para sí y para su familia. En las inscripciones sepulcrales se encuentra a menudo esta fórmula. Libertis libertabusque posterisque eorutn. Pero en todos los casos aquellas sepulturas quedaban perpetuamente de propiedad particular, y este derecho se hallaba garantido por una disposición de la ley de las Doce Tablas, citada por Cicerón, Fori bustive AEterna auctoritas esto.
Cristianismo.
Los pueblos antiguos tenían por principio enterrar los difuntos fuera de las ciudades. Así lo hicieron también los primeros cristianos que, perseguidos por mucho tiempo, no pudieron tener un lugar especial para depositar sus muertos. Lo que hacían era observar bien el sitio donde se enterraban los mártires, procurando no confundir sus reliquias con los huesos de otros. Las catacumbas no fueron suficientes para contener los mártires y hubo que buscar otros lugares para dar sepultura a los cristianos.
Entonces, por donación de algunos poderosos se erigieron cementerios en los que se construían altares y capillas para las ceremonias fúnebres y ejercicios piadosos observándose no obstante las leyes civiles que prohibían enterrar dentro de poblado.
Con el tiempo hubo excepciones enterrando dentro de las iglesias algunas personas notables. Cundió el deseo de hacerse enterrar en los templos y se consiguió colocar los sepulcros inmediatos a las iglesias. Algunas leyes civiles, secundadas por los cánones reprodujeron la necesidad de enterrar fuera de las poblaciones pero el deseo de descansar al lado de los mártires y la pequeñez de algunos cementerios hizo que a fines del siglo VI casi todos los fieles se enterrasen en la iglesia.
El Concilio de Elvira, sobre el año 330, prohibió encender cirios en los cementerios y pasar en éstos la noche las mujeres. En el año 563 el Concilio de Braga prohibió la inhumación dentro de las iglesias. Las Autoridades, por su parte, restablecieron la ley de las Doce Tablas. Pero los cementerios contiguos a las iglesias han continuado hasta nuestros días.
En los siglos VIII y IX procuraron los Concilios destruir este abuso prohibiendo en varios cánones el dar sepultura en la iglesia. Determinando lugares sagrados y especiales destinados a dar sepultura a los cadáveres de los fieles los cuales en caso de profanación reciben nueva bendición y reconciliación.
Los cementerios en España
En España, la orden de construirse los cementerios fuera del poblado para quitar la costumbre insalubre de enterrar en las iglesias de España data del año 1773, cuando Carlos III mandó restablecer en 1787 la disciplina de la Iglesia en el uso y la construcción de los cementerios según lo dispuesto en el Ritual romano y en la ley 11, título 13, Partida 1.a, mandando además que se fuesen gradualmente estableciendo los cementerios rurales y que se aplicase en lo posible el bien meditado reglamento del cementerio del Real Sitio de San Ildefonso, de fecha 9 de febrero de 1785.
Por el capítulo 2.° de las reales ordenanzas de 15 de noviembre de 1796 respectivas a la policía de la salud pública, se dispuso también que, mientras llegaba el feliz momento de quedar erigidos los cementerios rurales, se sepultasen los cadáveres con la profundidad competente, que no se expusiesen en parajes públicos los que hubiesen llegado a términos de una decidida y completa putrefacción y que las mondas se hiciesen en las horas, estaciones y estado de la atmósfera menos expuestos a propagar los miasmas que despiden los cadáveres y sus despojos.
Carlos IV, en 1804, dictó varias medidas para activar la construcción de los cementerios extramuros.
El rito y las ceremonias de la bendición de cementerios o campos santos corresponden al Obispo, quien delega a veces en el párroco u otro sacerdote de jurisdicción o dignidad, así como la reconciliación si hubiere necesidad por alguna profanación y todo en la forma que se lee en el Ritual.
Necrópolis.
Una necrópolis es un cementerio o lugar destinado a enterramientos. Etimológicamente significa ciudad de los muertos/cadáveres, pues proviene del idioma griego, necro, muerto o cadáver, y polis, ciudad. El término se emplea normalmente para designar cementerios pertenecientes a grandes urbes, así como para las zonas de enterramiento que se han encontrado cerca de ciudades de antiguas civilizaciones.
Las necrópolis fueron construidas por varias razones, a veces eminentemente religiosas, como la Necrópolis de Guiza, en Egipto. El llamado Valle de los Reyes surge durante el Imperio Nuevo, frente a Menfis, con el propósito de evitar los periódicos robos de los ricos ajuares funerarios de faraones y nobles egipcios, configurando los enterramientos como lujosas galerías subterráneas, pero ocultando y sellando sus accesos. La gran mayoría fueron saqueadas pocos años después.
Muchas culturas fundaron necrópolis en respuesta a la prohibición de practicar enterramientos dentro de los límites urbanos. Los caminos que partían de las ciudades fueron ornados con monumentos funerarios, especialmente en el Imperio romano.
Aún pueden verse en la Vía Apia de Roma, en Italia y en Hierapolis en Pamukkale, Turquía.
Un buen ejemplo de necrópolis en América en la llamada Cultura San Agustín con antigüedad superior a 2000 años a.C. y donde se sepultaban los caciques principales de las etnias Americanas.
Durante el siglo XIX las necrópolis monumentales gozaron de un resurgimiento, alentado por la moda victoriana, con grandes y elaborados sepulcros.
Valle de los Reyes, la necrópolis real de Menfis, en Egipto.
San Agustín en Colombia.
Necrópolis de Guiza.
Se encuentra en la meseta de Guiza, al oeste de la población homónima, a unos veinte kilómetros de El Cairo, Egipto, comenzó a utilizarse durante la segunda dinastía, habiéndose encontrado cerámica fechada en el reinado de Nynecher.
En ella se encuentran las famosas pirámides construidas por los faraones de la cuarta dinastía Jufu, Jafra y Menkaura, conocidos como Keops, Kefrén y Micerinos. Mapa de la meseta de Guiza. Muros perimetrales
Cementerio occidental.
El occidental es el cementerio más grande de la necrópolis, y contiene una multitud de mastabas que data de la cuarta a la sexta dinastía. Dividido en tres partes, los arqueólogos distinguen.
El cementerio llamado en escalera, situado junto a la pirámide y compuesto principalmente por las tumbas de los sacerdotes que se ocupaban de los cultos funerarios.
La zona llamada pueblo de mastabas, en donde se encuentra la mejor construida, la del Chaty de Jufu Hemiunu G4000, y la mayor de todas, la G2000.
Por último hay un núcleo de pequeñas mastabas en el extremo oeste.
Cementerio sur.
Ubicado justo al sur de la Gran Pirámide de Jufu, está dominado por nueve grandes mastabas algunas de las cuales han sido atribuidas a personajes del reinado de Menkaura. Entre estas tumbas hay también algunas que datan de la quinta y la sexta dinastías. En el sureste de este cementerio está la impresionante mastaba del chaty de la quinta dinastía, Seshemnefer IV. El acceso es a través de una rampa flanqueada por dos Obeliscos, y la entrada tiene dos columnas.
Complejo funerario de Menkaura.
El conjunto tiene los diversos componentes de un complejo piramidal. La pirámide del faraón, el templo para el culto del difunto rey situado en la cara este de la pirámide y conectado a un templo del Valle por una calzada de 600 m. Este camino está perfectamente alineado con el eje de la pirámide, no como las de sus antecesores que formaban un ángulo. Alrededor se encuentran otras tumbas de príncipes o reinas.
Además de las tres pirámides de las reinas construidas al sur de la del faraón, al sudeste del templo funerario hay una necrópolis para los sacerdotes destinados al culto del rey, instalada junto a la cantera que se utilizó para la construcción de los monumentos. El culto a Menkaura se mantuvo durante todo el Imperio Antiguo.
La pirámide de Micerino o de Menkaura, según su nombre egipcio, es la menor de las tres célebres pirámides de la necrópolis de la meseta de Guiza. A Menkaura, farón de la dinastía IV, se le atribuye ordenar construir esta pirámide. Conocida en su época como La Pirámide Divina, era parte del complejo funerario junto con tres pirámides subsidiarias, un templo funerario, el templo del valle y una calzada procesional que vinculaba ambos templos.
En la antigüedad, esta pirámide estaba revestida con dieciséis hiladas de granito rosado procedente de las canteras de Asuán, aunque el resto del recubrimiento estaba conformado por bloques de piedra caliza de Tura. En la actualidad la pirámide se halla desprovista de casi todo su recubrimiento, pudiéndose observar las regulares hiladas que conforman su núcleo. Cerca de la base se encuentran algunas hiladas del recubrimiento de original granito. La pirámide presenta hacia el centro de la cara norte una gran brecha, posiblemente realizada por saqueadores, aunque no lograron por este método alcanzar la cámara funeraria.
El sarcófago de basalto, perdido bajo el mar frente a las costas de Cartagena, Murcia (España), en un naufragio, posiblemente perteneciese a Micerino.
Cámara funeraria de Menkaura, en granito.