San Pedro Claver (Festividad 9 de Septiembre)
Pedro Claver Corberó conocido como San Pedro Claver, el esclavo de los esclavos, fue un misionero y sacerdote jesuita español nacido en Verdú, Cataluña (España) en junio de 1580, y fallecido en Cartagena de Indias el 9 de septiembre de 1654.
Pasó a la posteridad por su entrega a aliviar el sufrimiento de los esclavos del puerto negrero de Cartagena de Indias donde vivió la mayor parte de su vida. Es el patrono de los esclavos.
Tímido y sencillo, corto en palabras y largo en hechos, Pedro Claver Corberó, es una de las figuras del cristianismo más apasionantes y arriesgadas del siglo XVII, cuya vida se desarrolló en el colorido contexto de aventuras, pasiones e injusticias del puerto negrero de Cartagena de Indias, centro de dramáticos conflictos morales y sociales.
Su entrega abnegada a los negros bozales, de los que los teólogos de esa época discutían incluso si poseían alma, es un modelo admirable de la praxis cristiana del amor y del ejercicio de los derechos humanos, de los que se lo declaró defensor en 1985.
Patrono de las misiones entre los negros desde 1896, se lo considera un ejemplo heroico de lo que debe ser el amor por los más pobres y marginados.
Biografía.
En 1595, con quince años de edad, recibió la tonsura clerical en su pueblo y, apadrinado por un tío canónigo, se trasladó en 1596 a Barcelona para estudiar letras y artes en el Estudio general de la Universidad. Terminada la retórica, entró en contacto con los jesuitas del colegio de Belén para estudiar filosofía. Allí sintió la vocación por la Compañía de Jesús, en la que ingresó el 7 de agosto de 1602. Tras un ferviente noviciado y luego de pronunciar sus primeros votos, pasó a Gerona a dedicarse al estudio de las humanidades.
En los primeros tiempos sintió dudas acerca de su vocación al sacerdocio, pues le atraían la sencillez y los oficios humildes de los hermanos coadjutores. Esto explica la gran amistad y admiración que sintió en el Colegio de Monte Sion, en Palma de Mallorca donde fue destinado a ampliar sus estudios de filosofía (1605-1608), con el hermano portero San Alonso Rodríguez (1531-1617). Nacido en Segovia e hijo de un comerciante en paños, Alonso se había hecho jesuita ya mayor, pues, tras fallecer su padre, tuvo que abandonar sus estudios en Alcalá y
encargarse del negocio de familia. Contrajo matrimonio, enviudó y perdió a sus dos hijos, ocasión en la que decidió hacerse religioso.
La valoración que de Pedro Claver hacían sus superiores era muy negativa, espíritu mediocre, discernimiento inferior a la media, escasa circunspección en los negocios, mediocre perfil en las letras. Bueno para predicar a los indios, Pero mucho más decisivo que esta valoración fue el influjo que ejerció el humilde y místico hermano portero del Colegio de Monte Sion sobre Pedro Claver, ya que el joven jesuita consiguió permiso de los superiores para conversar todas las noches un cuarto de hora con Alonso Rodríguez. Pedro aprovechó a fondo estas charlas, cuyas luces recogía en un cuaderno que le acompañó toda la vida. También recibió del santo hermano un libro de apuntes espirituales, un tesoro grande, como él decía, que legó al noviciado de Tunja en Colombia, entonces Nueva Granada.
.Comenzaba su segundo año de estudios teológicos cuando el provincial, accediendo a su deseo, le destinó el 23 de enero de 1610 a las misiones transoceánicas del Nuevo Reino de Granada.
Sin despedirse de su familia, el ambiente en casa había cambiado tras las segundas nupcias de su padre, se fue a pie a Valencia y luego a Sevilla, de donde zarparía en la flota de galeones en compañía del padre Mejía y dos jóvenes sacerdotes.
Después de una primera toma de contacto con la plaza fuerte de Cartagena de Indias, hervidero de negreros, piratas e inquisidores, se trasladó, en un lento viaje en champán por el río Magdalena y luego a lomos de mula, hasta Santa Fe de Bogotá, donde no estaban aún organizados los estudios de teología, lo que Pedro aprovechó para servir como hermano coadjutor.
El clima de Bogotá no le sentaba bien, ya que el sol dañaba su salud. Una vez concluidos brillantemente sus estudios en el Colegio y Seminario de San Bartolomé, fue destinado al noviciado de Tunja, en tierra adentro, para hacer su tercera probación, el año que los jesuitas dedican a la espiritualidad tras su formación intelectual.
Seguía dudando si hacerse sacerdote. Tanto, que le pidió al provincial que le permitiera seguir de hermano portero, oficio que ejercía en Tunja.
Pero los superiores le destinaron a Cartagena de Indias, donde fue ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1616, a la edad de 35 años, por el obispo dominico fray Pedro de la Vega. Ofició su primera misa en el altar de la Virgen del Milagro de la iglesia de la Compañía.
Allí conoció al sabio jesuita Alonso de Sandoval, investigador de la vida de los negros y autor del famoso libro De instauranda ethiopum salute, quien, en contra del dominante ambiente esclavista, recibía con afecto y bautizaba a los esclavos que llegaban al puerto en abundancia y en un estado calamitoso en las bodegas de los barcos negreros, procedentes de África. Inspirado por Sandoval y por la situación imperante, Claver se entregó en cuerpo y alma a los negros bozales.
Con su clima caluroso, Cartagena de Indias era, por su posición en el mar Caribe, el principal mercado de esclavos del Nuevo Mundo. Mil esclavos llegaban allí al mes, y los mosquitos y las enfermedades devoraban a los sanos.
El precio de compra de un esclavo era dos escudos, y doscientos el de venta. Aunque muriera la mitad del cargamento, el tráfico seguía siendo rentable. Ni las repetidas censuras del Papa, ni las de los moralistas católicos podían prevalecer contra ese comercio movido por la avaricia. Los misioneros no podían suprimir la esclavitud, sólo mitigarla.
Pero Pedro Claver se enfrentó con hechos heroicos a esta ignominiosa trata. Pedro interpretó así el sentido de su sacerdocio, y el 3 de abril de 1622, al profesar sus votos perpetuos solemnes, estampó junto a su firma la que sería la gran consigna de su vida
Petrus Claver, aethiopum semper servus. Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre.
Esta fórmula de entrega personal que implicaba trabajar únicamente por los etíopes, nombre que los españoles de la época daban indistintamente a los esclavos negros, se mantendría como firma en las siguientes tres décadas.
El joven sacerdote siguió a la letra el método empleado por el padre Sandoval. Procuraba enterarse con antelación de la llegada de un barco negrero, hasta ofrecía una misa a quien se lo avisara y se informaba de que nación venía para procurarse intérpretes, que buscaba por toda Cartagena. Los amos de éstos llevaban muy mal que se los pidieran y recibían a los jesuitas con insultos.
Más tarde el propio colegio llegó a comprar los negros intérpretes, grandes colaboradores de Claver. Entre ellos estaban Domingo Folupo, Andrés Sacabuche, José Monzola o Ignacio Soso, que a veces eran empleados en el colegio para otros menesteres, lo que ocasionó dos cartas de protesta del padre general Vitelleschi, quien apreciaba sinceramente la labor de Pedro.
Acompañado de sus intérpretes acudía Claver al puerto llevando al brazo un canasto cargado de plátanos, naranjas, limones, pan, vino, tabaco, aguardiente y sahumerios. Luego, descendía heróicamente a la sentina del navío donde por más de cuarenta o cincuenta días habían permanecido sepultados entre trescientos y cuatrocientos esclavos negros.
Ante los ojos desorbitados de terror de los pobres africanos, les decía que él quería ser su padre y pretendía tratarlos bien, que no iba con intención de comérselos, como ellos creían, o maltratarlos, sino para quererles y enseñarles el camino de Jesús. Si alguno llegaba en peligro de muerte, él mismo lo envolvía en su manteo y lo llevaba a un hospital.
Muerte, un funeral aceptado.
En 1650, pretendió entrar en Urabá, región de indios paganos, tras predicar la cuaresma por los alrededores de Cartagena, pero cayó enfermo. La víspera había confesado hasta las diez de la mañana y cuando pretendió celebrar la misa, se sintió tan mal que se vio obligado a regresar a Cartagena. La peste había diezmado el colegio de los jesuitas, donde habían fallecido ya nueve miembros de la comunidad. Una parálisis le redujo a la impotencia y a un tremendo temblor de las manos, que, según testimonio del médico, le desaparecía al decir misa.
Aún logró hacer algunas visitas, gracias a una mula que le dejaron, que estuvo a punto de matarle. Pudo ir también a despedirse de doña Isabel de Urbina, su gran bienhechora, a quien le pidió que en adelante se confesara con su sucesor, el padre Diego Ramírez Fariña. Por entonces, desde la sublevación de Portugal, era raro el arribo de barcos negreros. Pero en 1652 llegó uno lleno de negros araraes. Pedro visitó a los negros, les llevó regalos y los instruyó para el bautismo.
Así, físicamente impedido, permaneció los últimos cuatro años enfermo, en su celda, prácticamente solo y sin poder casi moverse, en un espantoso estado de abandono por parte de los demás que él, sin embargo, aceptaba. Falleció finalmente en la madrugada del 9 de septiembre de 1654.
Reconocimientos.
El hermano Nicolás fue uno de los testigos fidedignos de la vida de Claver. Él relató que, cuando se supo en la ciudad que estaba muriendo, que ya había perdido el conocimiento, empezó la gran peregrinación ante el que ya no tenía sentido, la apoteosis al que murió creyéndose abandonado de todos.
Pobres y ricos, curas y religiosos de otras órdenes, todos querían tocarle, llevarse de él cabellos, un trozo de su camisa, lo que fuera, le besan aun antes de morir las manos, los pies, tocándole rosarios. El padre Juan de Arcos, rector del colegio, señaló, la gente entraba y salía como a una estación de Jueves Santo, diluvios de niños y negros venían diciendo,vamos al Santo.
Después de su muerte, el gobernador Pedro Zapata y el Concejo de Cartagena solicitaron que se iniciaran los informes sobre la vida y milagros de Claver. Durante el proceso de canonización, resultó particularmente notable el número de hechos extraordinarios, verificados tanto en vida como después de su muerte. Además se constató el bautismo por su mano y la conversión de negros por millares.
Un punto muy analizado hasta hoy es la forma en que Pedro Claver logró comunicar el cristianismo a los esclavos, siendo que se trataba de la religión que decían practicar los amos de los esclavos. Pedro Miguel Lamet, Mariano Picón Salas y otros biógrafos modernos señalan el hecho de que Pedro Claver infundió en los esclavos un sentido de dignidad humana y un valor singular por la vida que representaba una clara subversión de los principios del comercio de esclavos. Una de sus máximas. Primero los hechos, luego las palabras, y la práctica cotidiana de sufrir junto a los sufrientes, siguiéndolos a las minas y a las plantaciones, intercediendo por ellos y protestando por su cuidado, sería una de las razones principales de su influencia.
Canonización.
Las virtudes de Pedro Claver fueron declaradas heroicas por la Iglesia católica el 24 de septiembre de 1747 y ese día se introdujo su causa de canonización. Fue beatificado el 16 de julio de 1850 por el papa Pío IX, y proclamado santo por el papa León XIII, el 15 de enero de 1888.
Los restos mortales de Pedro Claver se conservan en Cartagena, en el altar mayor de la Iglesia jesuítica que lleva su nombre, donde el papa Juan Pablo II lo honró, rezando ante ellos el 6 de julio de 1986. En esa ocasión señaló
Esta ciudad de Cartagena, ilustre por tantos títulos, tiene uno que la ennoblece de modo particular: haber albergado durante casi cuarenta años a Pedro Claver, el Apóstol que dedicó toda su vida a defender a las víctimas de aquella degradante explotación que constituyó la trata de esclavos. Pedro Claver brilla con especial claridad en el firmamento de la caridad cristiana de todos los tiempos. La esclavitud, que fue ocasión para el ejercicio heroico de sus virtudes, ha sido abolida en todo el mundo.
COMENTARIO. Santoral actualizado el día 9 de Septiembre de 2018.